por La Tercera
8 de junio de 2025
El embarazo y el puerperio son etapas de transformación profunda: cambia el cuerpo, cambian las rutinas, cambian las emociones. Se multiplican las preguntas, los miedos y también la ternura. Pero en medio de esa revolución vital, hay algo que, lamentablemente, permanece: la presión sobre nuestros cuerpos.
Desde el primer anuncio del embarazo, aparecen los comentarios disfrazados de consejos: “No querrás engordar de más”, “aprovecha la lactancia para bajar de peso”, “si tienes antojos, come fruta en vez de chocolate”. Y por si eso fuera poco, algunas personas del equipo de salud se encargan de fiscalizar cada gramo subido durante la gestación o de aplaudir la pérdida de peso en el postparto, como si el número en la balanza midiera el éxito de una maternidad. Así, el cuerpo gestante se convierte en territorio de vigilancia y control.
Hace pocos días se conmemoró el Día mundial de acción por los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), pero muy poco se habla de esta problemática en el contexto del embarazo y el postparto. Y aunque incomode, urge visibilizarlo. Como nutricionista y madre que vivió dos embarazos con una década de diferencia, puedo decir con certeza que muchas mujeres transitan estas etapas con una sonrisa por fuera y una tormenta por dentro. No se trata solo de autoestima: estamos ante un problema de salud pública que sigue siendo invisibilizado por un sistema que privilegia la delgadez por sobre el bienestar.
Los TCA durante el embarazo no son anecdóticos: en muchas personas se intensifican y, en otras, aparecen por primera vez. El puerperio, etapa idealizada y a la vez incomprendida, suele ser terreno fértil para recaídas, especialmente cuando se espera que el cuerpo “vuelva a ser el de antes”, como si no hubiese cambiado para siempre. La sociedad no permite habitar ese nuevo cuerpo: lo quiere “recuperado”, como si se hubiese extraviado.
La presión estética no solo lastima: también enferma. Los cambios hormonales, físicos y emocionales propios de este ciclo vital generan una vulnerabilidad que, al mezclarse con los mensajes culturales que glorifican la delgadez como sinónimo de éxito y autocontrol, pueden convertirse en una bomba de tiempo. De hecho, según estudios, más de un tercio de las personas gestantes reportan baja satisfacción con su imagen corporal, una cifra que aumenta en el postparto, especialmente en quienes tienen antecedentes de TCA.

La ginecóloga Carolina Winkler lo resume con claridad: “Aunque es un tema poco explorado en obstetricia, hay evidencia creciente que sugiere que los TCA podrían implicar riesgos tanto para la madre como para el feto, como un posible aumento en la tasa de aborto, parto prematuro y restricción del crecimiento. Se estima que, en el 85% de las personas embarazadas, la principal preocupación es el aumento de peso. Esto podría estar relacionado con una mayor probabilidad de recaídas, aunque aún no hay evidencia concluyente al respecto”.
Y es importante enfatizarlo: los riesgos no recaen solo en el feto. Las personas gestantes con TCA pueden enfrentar complicaciones graves como desnutrición, anemia severa, desequilibrios electrolíticos que afectan el ritmo cardíaco, desregulación de la glucosa, complicaciones obstétricas o incluso hospitalizaciones por descompensación metabólica. Muchas también experimentan recaídas intensas en el postparto, impulsadas por la angustia frente a los cambios corporales y la escasez de contención emocional.
El vínculo con el bebé también puede verse afectado, especialmente cuando el malestar corporal interfiere con la lactancia, el contacto piel a piel o la presencia emocional. La depresión perinatal, común en estos cuadros, puede acentuar la desconexión y dificultar la adaptación a esta nueva etapa. La salud de la madre —física, mental y emocional— importa, y no debe ser sacrificada por un ideal estético imposible.
Pese a todo esto, el sistema de salud sigue operando desde un enfoque pesocentrista, muchas veces más dañino que terapéutico. ¿Cuántas veces se ha felicitado a una puérpera por haber bajado de peso sin preguntarse a qué costo? ¿Cuántas se han entregado dietas restrictivas donde hacía falta contención emocional? ¿Cuántas veces se ha ignorado el sufrimiento que no aparece en los exámenes?
A esto se suma la influencia de las redes sociales. Influencers posparto muestran sus cuerpos “recuperados” como trofeos, compartiendo supuestos hábitos saludables y rutinas de ejercicio que en realidad son formas de restricción disfrazada. Y lejos de acompañar, difunden culpa. Porque lo que muestran no es real, ni saludable, ni justo. No solo daña a quienes intentan alcanzarlo: también a quienes lo observan sintiendo que están fallando por no “verse igual”.
Lo que necesitamos no son más presiones, sino más espacios seguros. Profesionales que acompañen sin juzgar. Información basada en evidencia, no en marketing. Y, sobre todo, romper el silencio para que otras sepan que no están solas.
A todas las mujeres que atraviesan esto: no es su culpa sentirse así. No es debilidad ni exageración. Es el resultado de una cultura que nos ha hecho sentir inadecuadas por no encajar en moldes absurdos. Pedir ayuda no es rendirse: es un acto de valentía. Buscar acompañamiento adecuado puede marcar la diferencia entre una maternidad vivida con culpa o una maternidad habitada con dignidad.
Mereces cuidarte sin castigarte. Sanar sin compararte. Vivir esta etapa sin tener que luchar contra tu propio cuerpo. Porque tu cuerpo no falló: sostuvo vida. Y merece ser habitado con la misma ternura con la que hoy cuidas a tu bebé.