por La Tercera
7 de junio de 2025
Una casa hace agua. Las paredes están permanentemente humedecidas, hay diluvios y por debajo del piso pasa un río. Desde ahí, Marina Closs (35) arma una historia, la de una familia descendiente de rusos que vive al interior de aquella casa imposible, casi en código del cuento Casa tomada, de Julio Cortázar. Los Semérenko Belobriúchkova son el numeroso clan protagónico de Casa de agua (Alfaguara), una novela con mucha experimentación y algo de aire poético, en la que leemos cómo viven sus tensiones, sus recuerdos del pasado. Una familia que a veces hace agua.
Oriunda de Aristóbulo del Valle, de la lluviosa provincia de Misiones, Argentina, Closs tiene una trayectoria en el mundo editorial que ya le ha dado cierto reconocimiento. Ha publicado los libros Tres truenos (Premio del Fondo Nacional de las Artes en Argentina); Álvar Núñez: trabajos de sed y de hambre (Premio Angélica Gorodischer); Monchi Mesa; Tascá Skromeda y La despoblación. Además, en España fue finalista del Premio Finestres y del Premio Ribera del Duero por su libro de relatos Pombero. Casa de agua es su séptimo libro.
Closs no vive en Argentina, sino en Santiago de Chile, en la comuna de Ñuñoa, aunque al momento de esta entrevista anda en su país natal. Ella se mueve como los muebles de la casa de su libro, que por efecto del agua van cambiando de lugar. A Culto comenta que el origen de Casa de agua estuvo también en una historia familiar, la propia.
“Creo que en una conversación con mi abuela, en Misiones. Ella ya tenía los primeros síntomas de su enfermedad (Alzheimer). A pesar de que no se acordaba de casi nada de lo que había hecho en el día, tenía recuerdos muy vivos y detallados de su pasado lejano. Uno de esos recuerdos era el de irse a comprar su anillo de casamiento con mi abuelo y sentir mucha vergüenza de sus manos con callos. Ella trabajaba en la chacra con sus padres. Ese recuerdo de sus manos se le iba una y otra vez convirtiendo en otro que era casi un sueño, a veces aparecía justo antes de que ella se durmiera. Era el recuerdo de caminar por la vieja casa de su infancia. Esto fue lo que me dijo ese día: ‘Todas las noches sueño con la casa y sus habitaciones’. En esa oración a mí me pareció que había una especie de clave rítmica. Y es la última oración de Casa de agua”.

¿Cómo fue el proceso de escritura?
Fue muy largo, por lo general los libros que escribí anduvieron dando vueltas por muchos años antes de salir. Este en particular tiene diez años por lo menos. En el medio, escribí y publiqué otros libros. Pero siempre volvía y me gustaba releerlo. Era como volver a un lugar que ya existía, que yo había descubierto y que ya no se podía deshacer.
Este libro se pude leer como una historia familiar -está el árbol genealógico al principio-, ¿cuánto hay de tu propia historia?
La verdad es que no sé. Yo lo escribí bajo mi régimen de despertarme a las seis de la mañana y escribir lo que sea. Entonces, si apareció mi historia familiar en ese movimiento, eso fue casi involuntario. Sí, a la hora de tomar decisiones concretas, siempre pensaba un poco en mi abuela, su familia, sus anécdotas, pero casi como para tener una estructura a mano a la que aferrarme, o de la que caerme y a la que volver cada tanto a respirar. Hace poco se publicó una reseña (de Juan Saharrea) que me sorprendió mucho porque encuentra líneas de interpretación de las que yo no fui muy consciente.
En este libro narras una historia familiar que ocurre entre las paredes de una casa, se queda grabada en la pared. ¿Pensaste en reflexionar cómo es que arrastramos esa historia?, ¿cómo ese relato va pasando de una generación a otra?
Creo que el libro no es una reflexión, o es más una especie de torbellino de imágenes a partir de esas cosas que estás diciendo. Yo le huyo un poco a las reflexiones. No es que me esté jactando, es solo que, para mí, ponerme a reflexionar es detener el torbellino y no es lo que más me gusta ni me sale especialmente bien. Mi trabajo es armar el torbellino.
El agua está presente de varias formas, desde la humedad a los ríos que van por debajo de la casa, ¿qué te interesa de ese elemento?
El agua es lo contrario de las paredes.
Los personajes de Casa de agua son una familia descendiente de rusos, ¿por qué ese país?
Eso fue casi accidental. A mí me fascina la literatura rusa, el idioma también. Las costumbres: eso de besarse las manos que aparece en las novelas de Dostoyevski. Los nombres rusos, los patronímicos, que también son una huella de los lazos familiares. Los monstruos rusos: Olga está basada en una serpiente/ dragón cuyo nombre suena a apellido. Gorínich. Es una serpiente “de las montañas”, conocida como amante de las mujeres vírgenes. En este caso, la serpiente es la misma Olga (es la amada y la amante, al mismo tiempo). Me gustaba que los protagonistas fuesen parte de una antigua cultura muy complejamente codificada, y que, al mismo tiempo, estuviesen como aislados y un poco perdidos y se aferrasen a las supersticiones e historias familiares como a los últimos lazos que los mantienen unidos.
La narración se mueve entre el presente y los recuerdos, y lo onírico se mezcla con lo real. ¿Cómo trabajaste la estructura temporal para que el lector pudiera seguir el hilo sin perderse en esa atmósfera?
Creo que es muy posible perderse. Yo no soy una lectora de hilos y argumentos, me pierdo sin pudor y eso incluso me gusta. Un libro que me permita andar perdida me da confianza, me hace sentir bien recibida. Como una casa extraña que uno quiere visitar solo y sin guías, con total libertad. La idea de andar medio espiando no solo no me molesta, sino que incluso me da un poco de fiaca leer un libro al que le “huelo” el argumento. En general, eso me desanima. Casa de agua es un combate permanente contra su propio argumento.

Casa de agua tiene una estructura muy particular, como en corte versal, no en una prosa típica. ¿Por qué?
Creo que la “prosa típica” no me sale y hago mi humilde intento de escribir que en general siempre es un poco a partir del ritmo. Pero siempre pienso mis libros como narraciones de alguien que no sabe cómo hacer para narrar, no como poemas. La ignorancia es la clave y la energía.
Pero, ¿este libro lo consideras una novela, un poema largo?, ¿cómo lo concibes tú?
Lo considero un libro. Me encanta que cualquier cantidad de hojas con una tapa sea un objeto en el mundo identificable, transportable, ocultable, regalable, perdible y hasta fotocopiable. Un libro es una decisión, o al menos un deseo de existir y quedarse.
Entiendo que vives en Santiago de Chile, ¿cómo ha sido la experiencia para ti?
Ya pasé la fase de escandalizarme por todo lo que no es como en Argentina (ríe). Me gusta mucho mi barrio, las casas viejas, las veredas anchas, las plantas con flores chiquitas múltiples como galaxias. Suena medio bobo, pero me encanta ir juntando flores por Ñuñoa.
¿Qué has descubierto de este país que te ha gustado (o no)?
Que las montañas nevadas, a lo lejos se parecen a pájaros gigantes. En la mitología india hay un dios que pelea y vence a un grupo de montañas aladas. Siempre me preguntaba de dónde sacaron semejante imagen: una montaña con alas es casi un absurdo. Pero ahora me gusta mucho que nieve, me abstraigo de las montañas y me parece que veo los pájaros esos.
¿Qué acercamientos has tenido a la literatura chilena?
Voy lento y como si dijera un poco en reversa. Parece que mi interés en el mundo es más bien nostálgico. Yo empecé a leer literatura de mi provincia cuando me fui a vivir a Buenos Aires y literatura bonaerense cuando me vine a Chile. Espero no tener que irme de Chile para empezar a leer literatura chilena, pero vivir y leer parece que en mi vida son como una promesa y una demora.
