por 3DJuegos
9 de junio de 2025
La saga The Legend of Zelda siempre ha sido sinónimo de exploración. Desde sus inicios en 1986 hasta las entregas más recientes como Breath of the Wild y Tears of the Kingdom, Nintendo ha sabido captar la esencia de lo que significa perderse en un mundo lleno de misterios, secretos y aventuras. Pero, ¿qué es lo que realmente nos atrae de esta filosofía de exploración? ¿Por qué disfrutamos tanto simplemente deambular por Hyrule sin un objetivo claro?
El placer de perderse en Hyrule
Explorar en Zelda no es solo moverse de un punto A a un punto B. Es descubrir, experimentar y sentir la emoción de lo desconocido. A diferencia de otros juegos de mundo abierto donde los mapas están plagados de marcadores y misiones que dirigen al jugador, Zelda nos invita a explorar de manera más orgánica. Es un universo en el que no nos sentimos presionados por el tiempo o por la historia principal; podemos tomarnos nuestro tiempo para apreciar el paisaje, descubrir pequeñas historias ocultas y sentir que cada rincón tiene algo especial.
En mi caso, la exploración en Zelda fue algo que me marcó desde la infancia. Me despertaba una hora antes de ir al colegio solo para perderme por las distintas zonas del mapa, sin un objetivo más allá de la pura curiosidad. Recuerdo con mucho cariño mis sesiones matutinas con The Minish Cap, en las que me dedicaba a buscar piedras kinestéticas o explorar cada rincón en busca de secretos. Con las entregas de Nintendo Switch, la experiencia evolucionó: en Breath of the Wild, me puedo pasar horas persiguiendo animales, recolectando setas o simplemente observando cómo cambiaba la luz del día. A veces, me olvidaba por completo de las misiones principales y me dejaba llevar por la inmensidad del mundo, disfrutando de cada detalle. Y es que en Zelda, lo importante no es el destino, sino el camino.

Exploración como narrativa
Uno de los mayores aciertos de la saga es que la exploración no solo es una mecánica de juego, sino una herramienta narrativa. Cada cueva, cada ruina y cada paisaje cuenta una historia. En Breath of the Wild, por ejemplo, encontramos los restos de un Hyrule en ruinas, testimonio silencioso del cataclismo que lo devastó hace cien años. En Majora’s Mask, la exploración de Términa nos sumerge en una sensación de melancolía y urgencia, con personajes atrapados en un ciclo de desesperación que nos llega emocionalmente.
A lo largo de la saga, los desarrolladores han sabido recompensar la curiosidad de los jugadores con pequeños detalles que enriquecen la experiencia. Encontrar una cueva escondida con una recompensa inesperada o un NPC con una historia conmovedora refuerza la idea de que perderse en Zelda es algo más que una simple mecánica: es una experiencia emocional y significativa.

La evolución de la exploración en Zelda
En los primeros juegos de la saga, como el Zelda de NES, la exploración era prácticamente una necesidad: sin mapas detallados ni marcadores de misión, el jugador tenía que orientarse por sí mismo y descubrir poco a poco el mundo. Esto generaba una sensación de aventura auténtica, donde cada descubrimiento era un logro personal. Con el tiempo, los juegos fueron incorporando más elementos narrativos y mecánicas que guiaban al jugador, pero la esencia de la exploración nunca se perdió.
Cuando llegó Breath of the Wild, Nintendo tomó una decisión arriesgada: eliminar las mazmorras tradicionales en favor de un mundo totalmente abierto, donde la exploración era la piedra angular de la experiencia. No hay caminos predefinidos ni objetivos estrictos, solo un vasto mundo esperando ser descubierto. Esto revolucionó la franquicia y redefinió lo que significaba explorar en un videojuego. Tears of the Kingdom toma esta base y la expande aún más, permitiendo a los jugadores explorar no solo la superficie de Hyrule, sino también los cielos y las profundidades subterráneas.
La exploración y las mecánicas de mundo abierto
Uno de los aspectos más llamativos de los últimos juegos de la saga es cómo han convertido la exploración en una experiencia aún más inmersiva. Breath of the Wild introdujo mecánicas como la escalada libre, la resistencia limitada y el planeador, lo que permitió a los jugadores abordar Hyrule desde cualquier ángulo. Además, la inclusión de la cocina cambió por completo la forma en que nos preparamos para la aventura. Ya no se trata solo de conseguir corazones o encontrar pociones: ahora podemos cocinar platos que nos otorgan diferentes efectos, como resistencia al frío, aumento de la velocidad o recuperación de la salud.
Esta mecánica hace que la exploración tuviera un propósito más tangible. De repente, cada ingrediente que encontramos en la naturaleza tiene valor. Si exploramos bien, podemos encontrar bayas, setas y carne de animales, lo que nos anima a desviarnos del camino principal para recolectar recursos. En mi caso, muchas veces me paso el rato persiguiendo ciervos, cazando pájaros o recolectando manzanas sin darme cuenta de lo rápido que se pasa la tarde. Tears of the Kingdom lleva esto un paso más allá con la posibilidad de fusionar objetos y experimentar con nuevas combinaciones para el combate y la exploración.
El reflejo de nuestra propia curiosidad
Podríamos decir que los videojuegos son un reflejo de nuestras emociones y deseos. En la vida real, muchas veces sentimos la necesidad de escapar, de explorar nuevos lugares y descubrir lo desconocido. Zelda nos ofrece la oportunidad de hacerlo sin restricciones, sin las limitaciones del mundo real. Nos permite sentirnos niños otra vez, maravillándonos con cada nuevo hallazgo, con cada secreto descubierto.
En la vida real, muchas veces sentimos la necesidad de escapar, de explorar nuevos lugares y descubrir lo desconocido. Zelda nos ofrece la oportunidad de hacerlo sin restricciones
Esa sensación de perderse en Hyrule y encontrar algo inesperado es lo que hace que la exploración en Zelda sea tan especial. Porque, al final del día, no exploramos solo por el juego en sí, sino por la emoción de descubrir algo nuevo, de sentir que formamos parte de un mundo vivo y en constante cambio.
No dejemos de explorar
La filosofía de la exploración en The Legend of Zelda es una de sus mayores fortalezas. Nos invita a perdernos, a disfrutar del viaje sin prisas ni presiones. Ya sea buscando piedras en Minish Cap, persiguiendo ciervos en Breath of the Wild o simplemente deambulando sin rumbo por Hyrule, la saga nos ha enseñado que lo importante no es el destino, sino el placer de la aventura. Y quizás, en el fondo, esa es una de las mejores lecciones que nos ha dado Zelda: en la vida, como en el juego, perderse a veces es la mejor forma de encontrarse.
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La noticia
No es solo explorar es algo más profundo que Zelda lleva años enseñándonos sin decir una palabra
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Bárbara Gimeno
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