por Hobby Consolas
23 de junio de 2025

Olympo, de Netflix, es la nueva Élite que aspira a la crítica social e institucional desde el exceso, pero termina convertida en una parodia por su propio morbo.
Élite ha sido una de las grandes apuestas y aciertos de Netflix España, que celebra su décimo aniversario sabedora de que debe seguir capitaneando el relato del streaming. Una fórmula que cautivaba a adolescentes —y no tan adolescentes— bajo el mismo morbo del que nos quejamos mientras provocamos atascos para mirar el accidente de turno.
Es la paradoja del placer culpable; una contradicción entre la vergüenza y nuestras pulsiones más sádicas que nos obligan a mirar aunque reneguemos de ello. Y de aquellos polvos, estos lodos: Netflix estrena Olympo, la nueva producción de Zeta Studios.
Sí, los mismos Zeta Studios que convirtieron Élite en un fenómeno internacional. Esta vez alejados de los institutos para hacer protagonistas a los deportistas de un Centro de Alto Rendimiento en España, pero con la misma obsesión por el sexo juvenil, el narcisismo y el clasismo más insoportable.
Y siento decir insoportable, pero es adonde nos llevan sus historias: cuerpos esculturales con actitudes tóxicas llevadas al absurdo intentando maquillarse como reflexión sobre la presión en el deporte de élite.
La cornucopia de la lujuria
El CAR (Centro de Alto Rendimiento) de los Pirineos es una de las principales fuentes para el deporte de élite en España. Cientos de jóvenes dedicando cada hora de sus días al entrenamiento de sus disciplinas para alcanzar el éxito a costa, muchas veces, de su propia integridad física y, sobre todo, mental.
Amaia (Clara Galle) es su principal abanderada. La capitana de Natación Artística y la autoexigencia hecha carne, pero también, como todos los que encierran las paredes del CAR, una ególatra superficial incapaz de soportar el éxito ajeno.

A caballo entre sus sospechas sobre el dopaje de sus compañeros, encontraremos las tramas de Zoe Moral (Nira Oshaia) y su batalla personal contra la obsesión y el fanatismo, o la de Roque Pérez (Agustín Della Corte) contra la homofobia en el deporte.
Pero la guinda del pastel la pone Olympo: así se llama la marca que domina su mundo para patrocinar el deporte, representada por un trío de personajes histriónicos con una presentación digna del anime que parecen albergar el poder absoluto para el futuro de los jóvenes del CAR.
Con aires de agentes secretos, se dedican a pasearse como seres celestiales por el centro. No caminan, flotan; son la superficialidad encarnada llevada hasta la exageración cómica, dotados de un poder más propio del cómic que de la realidad a la que intentan criticar.
Porque el deporte no puede subsistir sin patrocinios, o eso parecen representar. Una reflexión que se podría comprar, pero vestida con un rigor que no esté basado en miradas intensas, voces rasgadas y la capacidad de aparecer detrás de cualquier esquina con la omnipotencia de un vendedor inmobiliario.

Si lo que esperabas, en parte como un servidor, era tener la oportunidad de disfrutar en una serie comercial de una temática deportiva tan poco explotada, puedes ir cerrando Netflix; Olympo se abandona a la representación más pueril, exagerada e interesada que ni siquiera su reparto puede defender por mucho que se esfuerce.
De hecho, son los menos culpables. Es hasta doloroso ver cómo Clara Galle, Agustín Della Corte o Nuno Gallego intentan hacer comprensibles los diálogos y las emociones de sus personajes para traicionar las ideas sobre las que se sustentan cada dos escenas.
Ni siquiera bajo la venda de que es la realidad de la generación a la que representan. La absoluta totalidad de sus personajes son traidores, sibilinos y maltratadores fisicos y psicológicos. Se llaman "mejores amigos", para burlarse de sus capacidades en la escena siguiente o directamente intentan sabotearse hasta poner en riesgo sus vidas.
Si esta fuese la realidad, malo. Pero sin serlo, siquiera intentar ofrecer la visión de que esto es el futuro del deporte, peor. Son personas genuinamente horribles, igual que las instituciones que representan en el ámbito público y privado que sólo pueden ser corruptas o malvadas.
No le estoy pidiendo ser un panfleto de normas de conducta, sabemos a lo que venimos. En la escala de grises, Olympo se lanza al negro para intentar una sátira sobre el márketing deportivo, las frustraciones parentales, la competitividad tóxica y hasta la homofobia, porque sus tiros son por dispersión. Objetivos que, aunque ambiciosos, podrían firmar cualquier historia.
Pero si no hay contraste, no hay crítica, ni siquiera espacio para la reflexión. Durante ocho episodios de casi una hora obliga a sus personajes a tomar decisiones inconsistentes consigo mismos, creando situaciones a dedo sólo para explotar una nueva escena sexual.

Olympo es el monte de las oportunidades perdidas que se hacen más evidentes cuando aprecias sus aciertos: las atractivas escenas de deporte, la química exquisita entre Roque y Sebas (Juan Perales) o la energía general del reparto.
Creedme cuando escribo que estaba deseando disfrutar de esta serie. Estaba absolutamente entregado cuando empecé su primer episodio, especialmente por la capacidad inherente que tiene —y sigue teniendo— para ser un nuevo banco de talento que ofrezca oportunidades a nuevas caras.
Pero no hay forma de comprar su discurso. Quiere ser subversiva mientras mantiene el morbo sentimental y acaba siendo un batiburrillo de intenciones imprecisas. Tiene ideas, tiene el contexto, tiene la fotografía y una dirección funcional, pero la narrativa rematada por el montaje son un yugo difícil de remontar.
VALORACIÓN:
Olympo pretende aprovechar la obsesión, la traición y la presión en el deporte de élite, pero se zambulle en un exceso de clichés, estereotipos, exageraciones y personajes unidimensionales caracterizados por la grosería y la maldad explícitas.LO MEJOR:
La química de parte del reparto joven, el potencial de su ambientación y su puesta en escena para las escenas deportivas.LO PEOR:
La inconsistencia e incoherencia del guión para con sus personajes y sus tramas, llevando el morbo y la exageración hasta el absurdo.46
Malo