por Hipertextual
22 de junio de 2025
Éramos mentirosos, adaptación de la novela fenómeno de TikTok de E. Lockhart, no pierde el tiempo en fingir inocencia. En ocho episodios, la nueva serie de Prime Video de inmediato deja claro que toda su premisa se basa en el privilegio y cómo es capaz de corromper. Cady (Emily Alyn Lind) la protagonista con graves problemas de memoria debido a una lesión cerebral fruto de un accidente, retorna a la lujosa propiedad de Beechwood Island con un objetivo. Descifrar el rompecabezas que fue el Verano 16, como llama al último evento que recuerda con relativa claridad y el momento en que su vida cambió por completo.
Todo, en medio de la sensación de que la amnesia, le robó no solo la certeza de que es real y lo que no lo es. También, parte de los sucesos que ocurrieron durante los meses previos al incidente y que, ahora, intenta recuperar con esfuerzo. El nuevo thriller psicológico de Prime Video avanza entonces hacia una premisa inquietante. El mundo opulento en que se mueve Cady oculta podredumbre. Por lo que su incapacidad para recordar, no solo fragmenta el pasado, sino que tiñe de sospecha cada interacción, cada gesto, cada mirada de quienes la rodean.
De modo que para lograrlo, la producción explora en los adultos con la misma intensidad que a los adolescentes, una rareza en los dramas juveniles. Las hermanas Sinclair — Penny (Caitlin FitzGerald), Bess (Candice King) y Carrie (Mamie Gummer)— no son simples figuras decorativas, sino competidoras voraces dentro de una familia que mide el afecto en cuotas de herencia.
Un patriarca estricto y un secreto del pasado
Harris Sinclair, figura de poder y juicio absoluto, reparte sus bendiciones como un dios cruel en un Olimpo costeño. Este patriarca, interpretado con severidad por David Morse, se convierte en el centro de una tradición familiar que castiga la rebeldía. Así, la narrativa no se limita a mostrar adolescentes enamorándose o cometiendo errores veraniegos; va más allá, diseccionando cómo los traumas y las dinámicas de poder se reciclan de una generación a otra. Este enfoque multigeneracional convierte a Éramos mentirosos en algo más que un simple coming-of-age: es una autopsia emocional sobre la clase alta y acomodada norteamericana.
En el corazón de la historia está un grupo unido por un nombre que suena a broma privada: los Mentirosos. Pero ese apodo, que parece ligero al inicio, se va volviendo más siniestro con cada episodio. Gat (Shubham Maheshwari), Johnny (Joseph Zada), Mirren (Esther McGreggor) y la misma Cady comparten veranos, recuerdos, y algo más turbio que se revela a medida que ella logra ordenar lo poco que puede rememorar.
Las relaciones entre ellos tienen algo de irremediable: hay ternura, pero también culpa, rivalidad y miedo. El personaje de Gat, especialmente, encarna una tensión permanente: no pertenece del todo a ese mundo blanco y adinerado, y su presencia confronta la norma. Su relación con Cady, teñida de romanticismo juvenil, sirve también como vehículo para explorar las barreras invisibles que levantan las clases sociales. En su aparente simpleza, el grupo carga el peso de los pecados del pasado.
‘Éramos mentirosos’, más complicada de lo que parece
Aunque podría haberse quedado en la estética impecable y los enredos de adolescentes con demasiado tiempo libre, la serie se sumerge en discusiones más duras. El desprecio apenas disimulado que Harris manifiesta hacia Ed (Rahul Kohli), el tío de Gat — y surasiático como su sobrino — revela el sistema de valores con el que los Sinclair operan. Esta crítica al privilegio racial no es panfletaria ni didáctica: es más cercana una exploración de los males cotidianos en que se mueven los personajes. Mientras las nuevas generaciones intentan construir vínculos más auténticos y romper el molde heredado, el pasado sigue empujando desde las sombras.
La serie se convierte así en un relato que muestra el esfuerzo de escapar de un legado prejuicioso, racista y violento. Algo que acompaña la sensación que los personajes se encuentran atrapados en su riqueza. La propuesta visual de la serie es tan cuidadosa como su guion. Beechwood Island no es solo un escenario, sino un personaje más, uno que observa con sus ventanas amplias y paredes impolutas todo lo que ocurre. La dirección de arte brilla en cada rincón: desde la vajilla minuciosamente elegida hasta los atuendos que parecen sacados de una revista de élite costera. Pero sin caer en la caricatura o en la exageración.
Buenas actuaciones para una serie intrigante
El reparto no decepciona y logra sostener la tensión emocional sin sobreactuar ni caer en clichés. Emily Alyn Lind, que aquí resurge de las cenizas del reboot de Gossip Girl de HBO, compone una Cady creíble en su confusión y su nostalgia. Su interacción con los otros Mentirosos — interpretados por Shubham Maheshwari, Joseph Zada y Esther McGreggor — brinda al grupo un evidente carisma y emoción.
Las actrices adultas, especialmente Candice King y Caitlin FitzGerald, se entregan a la caricatura contenida de mujeres moldeadas por la aprobación patriarcal. La serie no solo logra que el espectador se preocupe por qué pasó, sino por qué todos actúan como si nada hubiera pasado. Esa tensión no se construye solo con el guion, sino con miradas, silencios y actuaciones cargadas de subtexto.
Éramos mentirosos no busca reinventar la rueda del drama juvenil, pero sí la reconfigura con temas más interesantes. No es solo una historia de chicos ricos con secretos; es una fábula amarga sobre las consecuencias de perpetuar el privilegio y las mentiras como legado familiar. Julie Plec, que ya había demostrado su habilidad para retratar adolescentes, pero en diversos contextos sobrenaturales, aquí demuestra que el horror real puede estar en la familia misma, sin necesidad de colmillos ni hechizos. En Éramos mentirosos, los monstruos son humanos y casi tan peligrosos como los de la ficción. El mensaje más duro que la serie deja a su paso.