por Hipertextual
7 de junio de 2025
Sirenas, la nueva miniserie de Netflix protagonizada por Julianne Moore, casi de inmediato plantea su incómoda premisa. La de perder a un pariente cercano, debido a la influencia de una figura carismática y misteriosa. Pero en lugar de convertirse en un drama o en un thriller para contar su historia, el argumento de Molly Smith Metzler, recurre a la sátira burlona. De modo que la trama explora a la vez en las relaciones de poder, los vínculos tóxicos entre parientes y hasta la rivalidad fraterna con humor negro. Todo, durante un complicado fin de semana que parece alargarse eternamente.
Para eso, el guion sigue a la complicada e impredecible Devon DeWitt (Meghann Fahy). Esta última, una mujer que, en medio del peor momento de su vida, intenta reencontrarse con su distanciada hermana, Simone (Milly Alcock). Pero pronto descubre que, para hacerlo, debe viajar a una isla paradisíaca en Nueva Inglaterra en la que la joven vive, como asistenta de la acaudalada Michaela Kell (Julianne Moore). Solo para descubrir que la Michaela ejerce una extraña influencia sobre Simone, que tiene mucho de culto y también, de una relación poco convencional.
De manera que lo que parecía una reunión familiar se convierte en una disección quirúrgica de traumas, manipulaciones y obsesión por el control. Además, la aparición de Devon en la mansión de los Kell pone en marcha una cadena de revelaciones. Tan graves, que amenazan con fracturar las identidades cuidadosamente construidas de todos los presentes. De modo que Sirenas se mueve en la fricción de las miradas, los silencios incómodos y la fragilidad del cariño condicionado. Eso, en medio de una atmósfera sofisticada que se hace progresivamente claustrofóbica.
Personajes complejos para una historia enigmática
Devon, desde las primeras escenas, lucha contra el caos en su vida. Sale de la cárcel, lanza mensajes desesperados a su hermana y se tambalea en una relación destructiva con su jefe/exnovio. No es una mujer en crisis: es la crisis encarnada. Un recurso que Sirenas usa para profundizar en la enorme brecha que separa a ambas hermanas. Mientras tanto, Simone vive entre cortinas de lino y jardines escultóricos, rodeada de gente que parece vivir dentro de una estética decadente de lujo inalcanzable.
Pero todo en su vida es una apuesta en escena. La trama muestra de inmediato que, más allá de la perfección y el aire idílico de su trabajo en la isla, se esconden algunos secretos incómodos. Por lo que la historia se concentra en esa doble dimensión acerca de Simone. Aunque brilla como asistente de Michaela, todo en ella es falso o una máscara cuidadosamente construida. Su poder, su postura, incluso su romance clandestino con el amigo del esposo de Michaela (Glenn Howerton), parecen sacados de un manual de evasión emocional. De modo que cuando Devon irrumpe en ese mundo tan perfectamente encuadrado, la ilusión empieza a desmoronarse.
Por si lo anterior no fuera suficiente, la sospecha de que Michaela lidera una secta se convierte en una posibilidad lo bastante real para inquietar a Devon. También, en la certeza de que nadie en esta historia está contando la verdad completa. La serie deja claro que el drama no necesita extraterrestres ni zombis. Basta con una familia rota, una mentira bien contada y un pasado que se niega a mantenerse en secreto. Sirenas se lanza de lleno a ese espacio incómodo donde lo personal y lo patológico se abrazan.
Una trama retorcida y elegante para los amantes de lo fuera de lo común
Lo fascinante de Sirenas no es solo su premisa cargada de caos, sino el modo en que juega con los estereotipos femeninos para desmontarlos pieza por pieza. Metzler no ofrece mujeres rotas por el trauma, sino que lo usan como escudo, arma y excusa para comportamientos retorcidos. Devon y Simone no son mártires ni heroínas, y mucho menos víctimas pasivas. Se equivocan, manipulan, seducen, hieren. Devon, con su libido explosiva, se lanza a la cama como quien se lanza al abismo.
Simone, por su parte, ha convertido la feminidad en una armadura, jugando con su apariencia hasta convertirla en una amenaza dulce. Ambas están en guerra con su pasado y consigo mismas. Y entonces aparece Michaela, el oráculo ecofriendly con peinados impecables. Que en lugar de ser la figura redentora, resulta estar tan sofocada en sus propias inseguridades como las hermanas que intenta controlar.
Lo mejor de todo es que la serie nunca cae en la caricatura: incluso los momentos más absurdos están cargados de intención. El guion logra mezclar deseo, resentimiento y un humor negro casi venenoso para retratar la psique femenina con una intensidad que resulta incómoda por lo honesta. Es una apuesta arriesgada, pero audaz. Y lo sabe.