por elmostrador
25 de junio de 2025
Si vamos a hablar en serio de los verdaderos adversarios de la democracia, empecemos por mirar parejo.
En su reciente columna en El Mostrador “El verdadero adversario”, Guillermo Pickering advierte sobre los riesgos autoritarios que, según él, encarna José Antonio Kast. Lo hace con vehemencia, comparándolo con Trump, anunciando estados de sitio, censura, militarización y una ofensiva antidemocrática en ciernes. El tono es apocalíptico y termina por sostener que incluso una candidatura como la de Evelyn Matthei sería funcional a ese supuesto proyecto autoritario.
Pero en su diagnóstico hiperbólico hay un gran punto ciego: Pickering habla del autoritarismo… siempre y cuando venga desde la derecha.
Ese silencio selectivo es exactamente lo que mina la credibilidad moral de una parte importante de la centroizquierda chilena. Porque si vamos a hablar de verdaderos adversarios de la democracia, también hay que mirar a quienes por años han justificado, relativizado o derechamente apoyado dictaduras de izquierda.
¿Dónde estaba esta pasión democrática cuando la presidenta Michelle Bachelet decidió construir coalición con el Partido Comunista? Oculta, timorata. Probablemente por las ventajas que implicaba el pertenecer a la coalición gobernante.
No es un caso aislado. El Partido Comunista chileno ha defendido por décadas a regímenes como Cuba, ha hecho vista gorda ante las violaciones a los derechos humanos en Venezuela, Cuba, Nicaragua, etc. Pero esto es sabido, tan sabido como el añejo relato de “todos contra la derecha”, ese grito desesperado, con un evidente sentido electoral, que llama a ordenar las filas frente a un “terrible enemigo común”. Si en ese camino común hay que compartir camino con el Partido Comunista, da lo mismo. Ese enemigo de la democracia no importa.
La abogada Paz Zárate lo resumió con crudeza en 2021: “El PC de Chile ha amparado atrocidades acaecidas en China, Rusia, Cuba, Venezuela… han hecho vista gorda de manera consistente a violaciones a los derechos humanos ampliamente comprobadas”. Lo mismo podría decirse de varios sectores del Frente Amplio, que han oscilado entre la ambigüedad y el cálculo político para evitar incomodar a sus aliados.
¿No es esa una amenaza bastante más seria que la que Pickering denuncia? ¿O la democracia sólo corre peligro cuando el autoritarismo lleva corbata azul y no boina roja?
Mientras una parte de la izquierda se empeñe en ejercer una moral selectiva, seguirá sin autoridad para decirle a la gente quién es o no legítimo en la discusión democrática. Condenan con justicia los excesos verbales o ideológicos de la derecha más dura, pero callan –o relativizan– cuando esos excesos se visten de revolución en tiempos de elección.
Lo más peligroso de ese doble estándar no es solamente la incoherencia. Es que abre espacio para que el adversario que dicen temer crezca precisamente a costa de su propia hipocresía. Porque la gente no es tonta: ve la doble vara, la detecta, y la castiga.
Si vamos a hablar en serio de los verdaderos adversarios de la democracia, empecemos por mirar parejo. De lo contrario, lo que se presenta como una defensa de la democracia no es más que una estrategia para imponer un monopolio moral. O quizás una burda excusa para irse preparando para apoyar a la candidata Partido Comunista en la primera vuelta presidencial.
Curioso ejercicio de selectividad. Una falacia de “Cherry Pickering”, podríamos decir.
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