por elmostrador
4 de agosto de 2025
El rechazo a ciertos alimentos en niños no siempre es una “maña”. Expertas explican por qué ocurre la selectividad alimentaria, cuándo estar alerta y cómo generar hábitos saludables desde la infancia sin forzar ni castigar.
La hora de comer puede ser un momento desafiante para algunos padres o tutores. Frases como “no me gusta”, “eso no quiero” o simplemente la negativa a sentarse a la mesa, se han vuelto frecuentes, especialmente en las primeras etapas del desarrollo infantil. ¿Caprichos, gustos personales o señales de un trastorno más profundo? Cada vez más especialistas coinciden en que la selectividad alimentaria en niños y niñas va más allá de una “maña” y es fundamental aprender a detectarla, comprenderla y abordarla correctamente.
¿Qué es la selectividad alimentaria?
La selectividad alimentaria infantil se refiere a la resistencia persistente de un niño a probar ciertos alimentos, texturas o sabores. Según la terapeuta ocupacional Carolina Marín, directora del Centro de Atención Temprana e Intervención Integral (ATII), hoy se desconoce cuál es la causa exacta del trastorno de alimentación selectiva, pero que estudios sugieren que se debe a una combinación del temperamento, genes, necesidades sensorio integrativas y acontecimientos desencadenantes.
“Algunos menores con estos trastornos tienen una enfermedad de reflujo gastroesofágico, alergias u otras afecciones que muchas veces los padres desconocen. Y, por lo mismo, sin quererlo, los padres pueden reforzar negativamente la causa, pero no son la causa”, asegura Marín.
Por su parte, Ana María Tello, directora de la Escuela de Educación de Iplacex, agrega que también es recomendable conversar con la educadora responsable de los menores en su jardín o colegio, y así poder determinar si comen o no la colación o qué comen.
Aprender a comer también es parte del desarrollo
Desde los 4 a 6 meses de vida, los niños comienzan a explorar el mundo de la alimentación. Un aspecto clave es la imitación de sus cuidadores y pares. Sin embargo, hay una diferencia importante entre niños neurotípicos y neurodiversos. Mientras los primeros requieren unas 20 exposiciones a un nuevo alimento para aceptarlo, los segundos pueden necesitar hasta 30.
Frente a esto, las especialistas explican que es relevante detectar tempranamente estos indicadores. Cuando se trata de menores de un año, se debe estar atentos al reflejo de náuseas, a una succión débil, que se “ahoga” con frecuencia, que es incapaz de concentrarse en el acto de comer o que come mejor dormido o durante la noche.
En el caso de mayores de un año, es importante observar cuando come muy lento o tiene problemas para enfocarse en comer, no ha incorporado muchos alimentos sólidos y continúa mayormente con los líquidos o licuados.
Finalmente, Marín hizo hincapié en que es importante consultar con un especialista si hay una pérdida significativa de peso o deficiencias nutricionales, los problemas persisten más allá de los seis años o hay un impacto emocional y social derivado de sus conductas alimentarias.
Estrategias para acompañar y mejorar la conducta alimentaria infantil
Antes de recurrir a tratamientos o intervenciones clínicas, las especialistas entregan algunas estrategias clave que pueden aplicarse desde el hogar:
- Observar las respuestas ante los alimentos: evitación, rechazo o desinterés.
- Crear experiencias con alimentos nuevos.
- Seguir indicaciones de los objetos que se deben utilizar para preparar el proceso de la alimentación.
- Favorecer las actitudes positivas sobre el ejercicio físico y la nutrición en casa.
- Utilizar técnicas de juego y exploración, simulando preparación de alimentos o alimentar muñecos preferidos, animales para crear una instancia de experimentar un acercamiento con los alimentos.
- Evitar la crítica y culpar.
Enfrentar la negativa de un niño a comer puede ser frustrante, pero entender sus causas y actuar de forma respetuosa y orientada a sus necesidades puede marcar la diferencia. “El verdadero cambio está en cómo interpretamos y abordamos estas señales. Educar e involucrarse emocionalmente en la alimentación infantil puede prevenir futuros problemas nutricionales y conductuales”, concluye Carolina Marín.