por elmostrador
4 de agosto de 2025
Una salud digna no se posterga, se construye con voluntad y justicia territorial. De otra manera, las promesas que se repiten sin cumplirse, son las que terminan enfermando más que cualquier diagnóstico catastrófico que puedan darnos.
La zona norte de Santiago lleva más de una década esperando lo que debería ser un derecho garantizado: acceso digno y oportuno a la salud pública. Desde hace más de 12 años escuchamos promesas sobre un nuevo hospital, anuncios grandilocuentes, primeras piedras simbólicas y eternos cambios de ubicación. Mientras tanto, los hospitales San José, Roberto del Río y el Hospital Clínico de la Universidad de Chile siguen colapsados, a tal nivel que diputados oficialistas han solicitado al presidente decretar alerta sanitaria en el Hospital San José, posterior a la petición transversal de alcaldes de la zona norte para definir un terreno de manera urgente y derivar a aquellos a otros hospitales, si así lo requieren. Más de un millón de vecinas y vecinos de Recoleta, Independencia, Conchalí, Huechuraba, Quilicura, Lampa, Tiltil y Colina enfrentan esperas indignas, traslados interminables y una atención saturada que no cumple estándares de garantías en oportunidad ni calidad, a vista y paciencia de todos quienes hoy tienen poder para cambiar esta realidad.
El nuevo hospital, en su último anuncio concreto, se emplazaba en Huechuraba, en la intersección de Américo Vespucio con Avenida Independencia, proyectándose una inversión superior a los 323 mil millones de pesos. En números, suena estupendo: 368 camas totales, 14 quirófanos, 4 salas de parto integral, 2 equipos TAC computarizados, un resonador y 29 recintos para la atención de consultas médicas. Sin embargo, lo que parecía un punto de llegada se ha vuelto, nuevamente, un punto de partida.
En los primeros días de febrero de 2025, el Servicio de Salud Metropolitano Norte comenzó a publicar en diarios un aviso para comprar un terreno para el tan anunciado hospital, y apenas este 29 de julio la Ministra de Salud se comprometió a que en diciembre de este año habría un terreno definitivo. Sí, leyó bien: tras más de una década de planificación y anuncios, aún no hay un terreno definitivo para su construcción y después de 1 año 4 meses desde el anuncio de MINSAL recién se inicia un proceso fundamental para el cierre del diseño de estudio preinversional.
Este nuevo llamado deja ver un retroceso y una descoordinación profunda en la planificación de una ciudad que debe albergar millones de personas que esperan poder contar con un recinto de salud de alta complejidad en caso de necesitarlo. Hoy seguimos en espera, mientras los vecinos acumulan malos ratos, atenciones indignas en pasillos y un promedio de 468 días de espera para una atención médica; es decir, 331 días (¡casi 1 año!) más que el promedio nacional.
Si bien es valorable que al fin exista una fecha que nos haga vislumbrar el fin de esta década de promesas, se hace imposible el seguir tolerando este nivel de indiferencia y falta de empatía con las necesidades de nuestra propia gente. El hospital de la zona norte no es un favor del Estado, es una deuda pendiente con millones de habitantes. Su retraso no es solo una negligencia administrativa, es un reflejo de cómo el centralismo, la ineficiencia y la falta de voluntad política condenan a nuestras comunidades al despojo, abandono y a mantener dinámicas como bingos, platos únicos o endeudamiento bancario para recaudar fondos y pagar prestaciones en el sistema privado.
Hace un par de días, en Alto Hospicio, zona de alta vulnerabilidad de nuestro norte grande, el Presidente de la República inauguró el primer recinto de mediana complejidad de esta comuna de la Región de Tarapacá. Se necesitaron 126 mil millones de pesos, y muchos años de espera para poder mejorar el acceso a salud de los habitantes de una zona terriblemente estigmatizada en nuestro país. En nuestro caso, y entendiendo el problema del centralismo en Chile, sentimos también la urgencia de contar con una solución que nos permita, en nuestra propia región, dejar de ser una zona de exclusión sanitaria.
Una salud digna no se posterga, se construye con voluntad y justicia territorial. De otra manera, las promesas que se repiten sin cumplirse, son las que terminan enfermando más que cualquier diagnóstico catastrófico que puedan darnos.
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