por elmostrador
4 de agosto de 2025
No se trataría de cancelar obras ni autores, como menciona Varas, sino de ampliar nuestro campo de visión, donde se estudie a Picasso, por ejemplo, sin obviar sus episodios de abusos con varias de sus parejas, particularmente con Françoise Gilot.
El debate sobre si podemos separar al creador de su creación tiene un interesante planteamiento en la columna de la historiadora, y teórica del arte, Paulina Varas en este mismo medio. No se trataría, según ella, de dejar de estudiar obras que sean “importantes o relevantes” para la cultura y que,a la vez, sean de autorías de hombres con vidas muy cuestionables ética y moralmente, sino de entrar en el contexto que lo hizo posible -y que lo sigue posibilitando-, actitudes machistas, agresivas o directamente misóginas. Revisar la obra de Michelangelo Buonarroti, por ejemplo, sin entender la cultura de la Florencia renacentista es perder de vista cómo la concepción de la belleza y el poder masculino se entrelazaba con un sistema social que marginaba a las mujeres y consideraba la virilidad como sinónimo de genio.
Entonces, lo interesante, e importante que plantea Paulina Varas es estudiar estas obras en contexto y no invisibilizar lo que pudiera perjudicar a individuos particulares, por muy “importantes” que hayan sido. De esta manera, el estudio histórico, sociológico, antropológico, psicológico, político, cultural, etc., comenzarían a darnos estudios de lo artístico, filosófico y científico a partir de hipótesis y tesis en construcción para, de esta manera (esperemos en un mediano y no tan largo plazo) convivir con amabilidad en el mundo. Esto último, a partir de posibles aplicaciones de modelos que comiencen a requerir -de las producciones de los conocimientos- para otras realidades, no descartando los conocimientos anteriores, sino desglozándolos y revisándolos integralmente según se requiera de acuerdo a la experimentación de esos nuevos modelos para entender, a la vez, “patrones” de exclusión en los planteamientos oficiales. La modelización, histórica, en ciencias podría no excluirse de esto.
Argumentos a favor de la desvinculación artística suelen invocar la autonomía absoluta de la obra, como afirmaba Barthes, en La muerte del autor, donde se libera el texto de toda intención original. A nivel práctico, esto evita que la condena moral del creador reduzca el patrimonio cultural. Pero, ¿debemos proscribir a Wagner o Céline por sus declaraciones antisemitas -apoyando a Alemania en la segunda guerra- para seguir leyendo Viaje al fin de la noche? La historia de la cultura está repleta de contradicciones, donde a veces exaltamos las manifestaciones estéticas de un individuo, mientras ignoramos sus postulados políticos y morales. Las objeciones surgen de reconocer que el arte jamás nace en el vacío. Si tomamos las reflexiones de Silvia Federici, observamos que la violencia patriarcal no solo es un hecho biográfico, sino una lógica estructural, pues el capitalismo se construyó, simultáneamente, sobre la explotación del trabajo femenino y la mercantilización del cuerpo de las mujeres. Del mismo modo, Heidegger no puede estudiarse sin tener en cuenta su adhesión al nazismo, pues ese compromiso informa su idea de ser y comunidad. Ignorarlo sería perpetuar un sesgo. Alguien podría argumentar que el autor que mata por credo no es el mismo que propone el Dasein. ¿Esto es así?…
Desde el eco-feminismo, planteamientos como los de Haraway subrayan que las opresiones de género, raza y naturaleza están interconectadas en un mismo entramado de poder tecnocapitalista. Para Haraway, no basta con cambiar los roles sociales, sino que hace falta un “reconocimiento de la co-constitución” entre humanos, animales y máquinas, lo cual implicaría, diacrónicamente, repensar la propia noción de autoría y creación en la era digital. Un artista de net.art y ciberactivista, por ejemplo, a fines de los 90 no “firmaba” su trabajo en “solitario”, sino que su artefacto digital se redefinía constantemente en colaboración con redes, algoritmos y comunidades en línea.
Algunas posturas plantean que solo mediante una “feminización” de la sociedad -es decir, la adopción masiva de valores históricamente asociados a lo femenino, como el cuidado, la solidaridad y la colaboración- podrían “salvarnos”. Mary Robinson (primera presidenta de Irlanda en 1990) mencionaba que “la resolución de la crisis climática es un proyecto feminista”, y ONU Mujeres propuso un nuevo contrato social donde la “economía del cuidado” ocupe un lugar central. Pero esta transición no implica borrar al hombre, más bien, “obliga” a resignificar la masculinidad para que deje de definirse por la dominación y el control. Ahora, ¿las cualidades de cuidado y solidaridad mencionadas son asociaciones históricas construidas por quienes?
De acuerdo a lo anterior, ¿debemos pensar en un futuro en el que “hombre y mujer” (y todas las categorías de “género” no mencionadas acá) se fundan en un sujeto “post-género”, como propone Rosi Braidotti, para liberar la creatividad y la vida en comunidad? ¿Esto ya está ocurriendo de alguna forma?
Finalmente, no se trataría de cancelar obras ni autores, como menciona Varas, sino de ampliar nuestro campo de visión, donde se estudie a Picasso, por ejemplo, sin obviar sus episodios de abusos con varias de sus parejas, particularmente con Françoise Gilot, con quién hizo todo lo posible por destruir la carrera de ella una vez que ella lo dejó como pareja, leer a Freud reconociendo sus posturas misóginas sobre las mujeres y la histeria, analizar parte importante de la producción de Gauguin asumiendo su vida pederasta en Tahiti. Esa mirada compleja, en teoría, no nos empobrecería, sino que nos demandaría responsabilidad intelectual y ética.
Entonces, tenemos una gran incógnita sobre si la crisis ecológica, la violencia de género y la desconfianza en las instituciones globales apuntantarían a la misma falla estructural, la cual ¿sería suficiente con “feminizar” nuestras relaciones para repensar la autoría, la creación y el contrato social? ¿O necesitamos repensar por completo qué entendemos por “humanidad”, más allá de las “dicotomías” de género que nos han acompañado desde los orígenes de la cultura? Por ahora, la respuesta -como el mismo arte- queda abierta.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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