por elmostrador
3 de julio de 2025
Este 3 de julio se conmemora el Día Internacional Libre de Bolsas Plásticas, una fecha que invita a reflexionar sobre su impacto en el medioambiente. Si bien Chile ha sido pionero en la región sobre su uso, expertos alertan sobre brechas, retrocesos y una transformación cultural aún pendiente.
Cada minuto, el mundo consume cerca de 10 millones de bolsas plásticas. Muchas de ellas se usan por tan solo 15 minutos, pero pueden demorar hasta 500 años en degradarse. Su impacto no es solo ecológico: contamina ríos, mares, suelos, entra a las cadenas alimenticias como microplásticos y afecta la salud humana. A este ritmo, según cifras de WWF, ya se han producido más de 5 billones de bolsas plásticas al año, una amenaza invisible pero omnipresente.
Este 3 de julio, en el Día Internacional Sin Bolsas Plásticas, la organización WWF ha destacado los avances logrados a nivel global tras su prohibición, basándose en un reciente estudio publicado en la revista Science. El informe analizó más de 45.000 limpiezas de playas en EE.UU. y concluyó que en zonas con prohibiciones o tasas al uso de bolsas plásticas, los residuos asociados disminuyeron entre 25 y 47 %, mientras que la presencia de animales enredados en ellas cayó entre un 30 y 37 %.
Chile: pionero en legislación, pero en alerta por retrocesos
En 2018, Chile marcó un hito ambiental al promulgar la Ley 21.100, conocida como “Chao Bolsas Plásticas”, convirtiéndose en el primer país de Latinoamérica en prohibir su entrega en el comercio. La medida fue impulsada por WWF Chile desde niveles locales, comenzando con acuerdos voluntarios hasta lograr en 2015 el primer compromiso regional en Los Ríos. En ese entonces, se calculaba que en el país se utilizaban anualmente 3.500 millones de bolsas plásticas, con una vida útil promedio de solo 30 minutos.
“La ley que prohíbe las bolsas plásticas en Chile fue un hito que marcó un antes y un después en la gestión de residuos plásticos. No solo redujo su presencia visible, sino que generó conciencia sobre el impacto de los plásticos de un solo uso en los ecosistemas y la biodiversidad”, señala Susan Díaz, directora de Comunicaciones e Incidencia de WWF Chile. Sin embargo, advierte que “nos preocupa que hoy se presenten iniciativas que buscan retroceder en este tema, lo que también ocurre con la Ley de Plásticos de un Solo Uso”.
Para Díaz, relajar estas normativas sería “una pésima señal en momentos en que enfrentamos la triple crisis ambiental: cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación”, e insiste en que se requieren medidas más robustas, tanto a nivel nacional como internacional.
¿Estamos cambiando de hábito realmente?
Pese a los logros, los desafíos persisten. A seis años de la ley, siguen circulando bolsas de un solo uso que se presentan como “biodegradables” o “ecoamigables”, sin que exista una regulación clara sobre su composición ni sobre su fin de vida útil. A esto se suma la falta de fiscalización municipal, la escasa infraestructura para compostaje industrial y la confusión de los consumidores respecto a qué alternativas son realmente sostenibles.
“Una bolsa ecológica olvidada en casa o desechada tras pocos usos pierde completamente su propósito. La sostenibilidad se construye con hábitos, no con modas”, comenta Jorge Leiva, académico de la Universidad Bernardo O’Higgins (UBO). A su juicio, el problema de fondo no es solo el material, sino “el modelo de consumo desechable que hemos normalizado”.
Leiva recuerda que solo el 1 % de las bolsas plásticas se recicla a nivel global. El resto termina en vertederos, se quema o contamina ríos y océanos. Se estima que cada año mueren más de un millón de aves y 100.000 mamíferos marinospor ingerir o enredarse en plásticos. “Una ballena fue encontrada muerta en Tailandia con 80 bolsas en el estómago. Esa es la dimensión del problema que enfrentamos”, subraya.
Desde la Universidad de O’Higgins (UOH), los académicos Humberto Aponte y Felipe Puga han analizado los principales obstáculos estructurales para reciclar bolsas plásticas en Chile. Ambos coinciden en que el reciclaje por sí solo no es suficiente.
“El reciclaje de bolsas requiere una infraestructura tecnológica que hoy no existe en muchas plantas, además de incentivos al ecodiseño para facilitar su tratamiento”, indica Aponte. A su vez, recuerda que la Ley REP, que regula envases y embalajes domiciliarios, no considera explícitamente las bolsas plásticas, lo que genera vacíos normativos que debilitan su control.
Puga, por su parte, señala que “no todas las bolsas son reciclables”, ya que su composición depende del tipo de polímero, aditivos o nivel de contaminación. Actualmente, las dos principales vías para reciclar son el reciclaje mecánico (para plásticos comunes como HDPE, LDPE o PP) y el reciclaje químico, que implica mayor complejidad y costos. “Aunque puede mitigar el problema, el reciclaje no es una solución completa”, advierte.
¿Cambio de material o cambio de mentalidad?
Una pregunta clave la plantea Eliana Moreno, cofundadora de Unibag: “¿Estamos realmente cambiando nuestros hábitos de consumo o simplemente estamos cambiando el tipo de residuo que generamos?”.
La respuesta apunta a la necesidad de una transformación cultural, más allá de la sustitución del plástico. En palabras del académico Jorge Leiva, “necesitamos adoptar una lógica de reutilización y consumo responsable. Sustituir una bolsa plástica por una de papel u otro material desechable no soluciona el problema”.
Alternativas como las bolsas de almidón de maíz, que se degradan en 180 días en condiciones de compostaje industrial, pueden ser parte de la solución, pero sólo si van acompañadas de criterios normativos claros, certificación transparente, educación ambiental y hábitos conscientes de parte de la ciudadanía.
Mientras continúan las negociaciones para alcanzar un tratado internacional vinculante contra la contaminación por plásticos, como el que discute esta semana el Comité Intergubernamental de Negociación de la ONU en Nairobi, la acción individual y nacional sigue siendo clave.
“Cada gesto importa. Llevar tu propia bolsa, rechazar productos desechables, educar a otros o exigir políticas más ambiciosas sí hace una diferencia”, concluye Leiva.
Este 3 de julio es más que una efeméride. Es una oportunidad para preguntarnos si nuestras decisiones diarias están realmente ayudando a construir un planeta más limpio y justo, o si simplemente estamos envolviendo los mismos problemas en nuevos envases.