por elmostrador

25 de junio de 2025

Nos encontramos con el inicio de las vacaciones de invierno, período de aproximadamente tres semanas, que la gran mayoría de las niñas, niños y adolescentes anhelan, especialmente porque significa no asistir a clases y estar en casa. Sin embargo, éstas representan un gran desafío para los padres, principalmente para quienes trabajan o están criando a sus hijos en solitario, sin una red de apoyo.

Este desafío, al igual que otros que enfrentamos en nuestra vida cotidiana, se puede transformar en un foco constante de estrés, originado por no saber qué hacer para llenar el tiempo libre que tienen sus hijos en este período, no poder abandonar sus responsabilidad laboral para poder dedicarles tiempo, creando una sensación de culpa y sintiéndose padres despreocupados, un estrés que quizás muchos no consideran o miran en menos. La fantasía de unas vacaciones familiares armónicas muchas veces choca con la realidad laboral de los padres, la logística, el presupuesto limitado, la falta de apoyo y, sobre todo, con el cansancio acumulado del primer semestre.

Además, el hecho de que todo lo que consumimos en televisión o redes sociales sean escenarios con padres perfectos que logran armar panoramas y pasar cada minuto de estas vacaciones con sus hijos tampoco ayuda a que los padres se sientan menos culpables, por el contrario, ésto hace que la sensación de culpabilidad aumente, ya que es una realidad a la que muy pocos pueden acceder.

Sin embargo, a pesar de que siempre se nos haya inculcado que ser padres es lograr anteponerse ante todo sin decaer, somos humanos y por ende, tenemos limitaciones reales. Lo primero que debemos hacer para poder sobrellevar este período es aceptar esta realidad, y comprender que este estrés es parte de la crianza de los hijos. Por ende, la sensación de estrés, la falta de energía o el desinterés por planificar grandes panoramas, son parte de esta etapa y de ninguna manera significa que somos padres o madres irresponsables.

Una de las estrategias más sencillas para poder abordar el estrés causado por este período es planificar nuestro tiempo. Esto no significa pensar y hacer una actividad diaria, sino que crear rutinas para el núcleo familiar completo, dentro de las que se pueden incluir tiempos para jugar, distraerse, hacer actividades de la casa, invitar amigos y mantener un horario de dormir.

Mantener una rutina balanceada ayuda a reducir los niveles de ansiedad no solamente de los adultos, sino que también de los hijos. Y si bien este tiempo es de descanso para ellos, no significa que los padres no puedan pensar en sí mismos y dedicar un tiempo exclusivo para sus actividades, ya sea salir a caminar o tomar un café.

Las redes de apoyo también forman un pilar fundamental del equilibrio mental durante la época de crianza. Pedir ayuda es una fortaleza, no una debilidad. Los niveles de felicidad de los padres y madres son mayores cuando ellos cuentan con amigos, familiares u otras redes de apoyo comunitario. Si los padres no cuentan con redes de apoyo, este es un buen momento para hacerlo.

Cuando los hijos ven que sus familiares cercanos están contentos, ellos emulan la actitud y tienden a buscar el equilibrio emocional. Para ser buenos reguladores externos del desarrollo socio afectivo de nuestros hijos, los padres y madres tenemos que mantenernos autorregulados. Por ende, a pesar del desafío que significan las vacaciones de invierno, es importante tener en mente que se debe mantener la calma, buscar un refugio emocional y comprender que este período es temporal.

En un mundo en el que la salud mental está tan minimizada, es importante hablar y crear consciencia sobre estos temas. Siempre se ha esperado que los padres cumplan todos los roles en silencio, pero es esperable que a veces se pierda la paciencia, aumente el estrés y a ratos se utilicen recursos que no son adecuados para el desarrollo infantil, como las pantallas.

En la medida que estas actividades y la desregulación emocional de los cuidadores cercanos ocurra en forma esporádica y la duración sea breve, los niños no se verán afectados por estas conductas. El problema está cuando la culpa de haberse enojado deriva en una sensación de culpa que invade a los cuidadores y por ende, ellos eliminan los límites positivos y deciden premiar a los niños con largas horas de pantalla, cantidades ilimitadas de golosinas o no regulen las conductas irrespetuosas.

Es por eso que en estas vacaciones, más que aspirar a ser los padres perfectos, intentemos ser padres reales: presentes, sí, pero también humanos. Nuestros hijos no necesitan actividades extraordinarias, sino adultos emocionalmente disponibles, aunque a veces estén cansados.

Las vacaciones también pueden ser una oportunidad para enseñarles a aburrirse, a tolerar la frustración, a crear sin estímulos constantes. Y en ese aprendizaje compartido, quizá podamos encontrar un respiro para todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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