por IGN España

3 de agosto de 2025

Llevo una década jugando Destiny. Años de incursiones, de subir tres personajes a tope, de perseguir cada exótico. Años también de compartir cada expansión con mi mejor amigo, mi compañero de batallas. Pero Los Confines del Destino ha sido la primera expansión que he jugado sola. Él decidió no comprarla. Y eso, más que un detalle, es un síntoma.

La base de jugadores más dedicada se va disolviendo, y esta expansión me ha hecho más evidente que nunca esa erosión emocional y colectiva. Quizá por eso, esta reseña no es solo sobre lo que Destiny 2 hace bien o mal, sino sobre cómo se siente cuando la luz empieza a apagarse un poco.

Una historia sorprendente y misteriosa

Narrativamente, Los Confines del Destino me ha gustado mucho más de lo que esperaba. Las primeras horas son lentas, pero cuando arranca de verdad, lo hace con fuerza. La llegada a Kepler tras recibir una misteriosa llamada de socorro nos expone a nuevas facciones: los Aionianos, parte de la Casa del Exilio liderada por el arconte Levaszk, y un personaje central llamado Lodi, cuya identidad y conexiones terminarán sorprendiendo incluso a los guardianes más veteranos.

El arco argumental que se va tejiendo en torno a Lodi, el misterio de la singularidad y, especialmente, los retazos de lore sobre Los 9, me han parecido lo mejor que ha ofrecido Bungie en esta expansión. Además aprender sobre el pasado de cierto personaje que no quiero nombrar para no hacer spoilers me ha gustado mucho. Como inicio de una nueva saga, me deja con ganas de más.

Es verdad que nos deja muchos cabos sueltos. Pero eso es normal. Al final de los días esta expansión es apenas el esbozo de lo que está por venir y a nivel narrativo creo que no han fallado.

Kepler: demasiado pequeño para contener tanto potencial

Y sin embargo, en mi opinión el mundo de Kepler no acompaña. Lejos del impacto que causó El Corazón Pálido en La Forma Final, aquí tenemos un entorno que se siente limitado, repetitivo y visualmente poco inspirado. Muchas rocas, muchos pasillos metálicos, muchas tuberías. Y lo peor: la reutilización constante de localizaciones en las misiones.

Kepler es un planeta sin sparrow, con desplazamientos lentos y mecánicas que, aunque interesantes al principio, acaban volviéndose cansinas.

Mecánicas que brillan… pero se desgastan rápido

La expansión introduce tres mecánicas principales que, al menos al principio, aportan cierta frescura a la jugabilidad:

  • Chispa de materia: Esta habilidad transforma a nuestro guardián en una esfera de energía eléctrica capaz de moverse con gran velocidad por túneles y activar interruptores o zonas del mapa. La sensación de ligereza y rapidez es divertida, pero el problema es que la mayoría del tiempo estás encerrado en espacios minúsculos y opresivos. Si tienes cierta agorafobia o te incomodan los lugares cerrados, prepárate para una experiencia asfixiante.
  • Conversor de materia: Esta mecánica se activa al consumir un hongo específico que aparece repartido por Kepler. Durante un breve periodo, te permite alterar elementos del entorno —normalmente rocas o muros— para acceder a nuevas áreas del planeta o desbloquear el camino hacia objetivos clave de la historia. Es útil y se integra bien en el diseño de exploración, pero tampoco escapa a la repetición.
  • El Reubicador: Esta herramienta crea portales que sirven para desplazarte de un punto a otro, muchas veces sorteando trampas o accediendo a zonas que de otro modo serían inalcanzables. Recuerda, en cierto modo, a las mecánicas clásicas de Portal, y si disfrutas resolviendo pequeños puzzles de movimiento, puede que sea de lo más satisfactorio que ofrece la expansión.

En general, son ideas bien planteadas que logran entretener… hasta que se exprimen en exceso. El gran problema es que todos los jefes y situaciones importantes reutilizan las mismas dinámicas una y otra vez: tres barras de vida, tres escudos, mismo sistema para desactivarlos. La fórmula, inevitablemente, termina agotando.

Un farmeo que pesa más que antes

Destiny siempre ha sido sinónimo de farmeo, y eso no me molesta en general. Pero esta vez, la progresión se me ha hecho cuesta arriba. Subir a 200 de luz es sencillo con la campaña, pero avanzar a 300, 400 o más ya requiere adentrarse en actividades de dificultad elevada. Y cuando no tienes tanto tiempo como antes, o simplemente ya no cuentas con tu escuadra habitual, todo pesa más.

No sé si es por la fatiga acumulada, por la rutina o por el cambio en mi forma de jugar. Pero por primera vez, he sentido que grindear no me estaba divirtiendo, sino recordándome que quizá he cambiado… o que Destiny ya no me ofrece lo que antes encontraba.

No ayuda nada a paliar esta sensación, el hecho de que el reseteo haya dejado todas tus builds desfasadas. Años de coleccionar armas o sets de armaduras que ahora se sienten débiles y menos efectivas de lo normal. Vamos, que en cierta manera empiezas de cero otra vez y sin actividades que te motiven para grindear en plan hardcore.

Conclusión: una expansión que deja sensaciones encontradas

Destiny 2: Los Confines del Destino es una expansión que puede gustarte especialmente por su historia y su valor como punto de partida para lo que viene. ¿La recomendaría? Solo si te gustan los rompecabezas, los espacios cerrados y tienes paciencia para repetir mecánicas. Si buscas acción directa y variedad, esta no es tu expansión.

¿Voy a dejar Destiny? Probablemente no. Me conozco. Acabaré subiendo mi luz poco a poco, explorando hasta el último rincón y aprendiendo la raid como si fuera un mantra. Pero ojalá la próxima expansión me recuerde por qué me enamoré del juego en primer lugar. Porque esta, aunque tiene corazón, me ha dejado con más dudas que certezas.