por elmostrador
16 de julio de 2025
Los genes maternos y paternos compiten por influir en el crecimiento fetal a través de la placenta, órgano que interpreta sus intereses para salvaguardar el bienestar del feto.
Imagine un combate épico, pero no en un estadio lleno de luces, sino dentro del cuerpo humano. En un ring diminuto, dos fuerzas se enfrentan en un duelo biológico: la madre y el padre. O, mejor dicho, sus genes. La placenta es el cuadrilátero donde se libra esta lucha silenciosa, y su resultado determinará el destino del futuro bebé.
A pesar de su efímera existencia, la placenta es un órgano multitarea. Su función principal es abastecer al feto con oxígeno y nutrientes, además de producir hormonas que transforman el metabolismo materno para sostener el embarazo. Sin ella, los mamíferos –incluidos los humanos– no podríamos existir. Sin embargo, sigue siendo uno de los órganos más misteriosos y menos comprendidos de nuestro cuerpo.
La placenta proviene del material genético de ambos progenitores, lo que significa que debe equilibrar dos intereses opuestos. Mientras que los genes paternos buscan extraer la mayor cantidad de recursos de la madre para garantizar la mejor nutrición del feto, los genes maternos intentan regular este consumo para no agotar sus propias reservas, asegurando su supervivencia y la posibilidad de futuros embarazos.
Este intrigante juego de poder es mediado por los genes de impronta genética, que actúan según su origen parental. Hasta la fecha, se han identificado más de 100 genes de este tipo en la placenta.
El calentamiento previo al combate
Antes de subir al ring, los boxeadores se preparan física y mentalmente. Lo mismo ocurre en la gestación, solo que aquí la preparación comienza incluso antes de la concepción. Diversos estudios han demostrado que la contaminación, una dieta rica en grasas y azúcares, el estrés o la edad de los padres pueden afectar el crecimiento y funcionamiento de la placenta, impactando directamente el desarrollo fetal.
Pero la historia no termina ahí: la microbiota intestinal de la madre y el padre también juegan un papel clave en la salud placentaria. Y si cree que las decisiones de generaciones pasadas no tienen importancia, piénselo dos veces: la epigenética nos muestra que la herencia de nuestros abuelos puede influir en nuestra capacidad reproductiva, afectando incluso a nuestros nietos. En este combate, el pasado también tiene su impacto en el presente.
Primer asalto: la implantación
El primer asalto es clave en cualquier pelea: los boxeadores tantean el terreno y establecen su estrategia. En el embarazo, este momento crucial es la implantación del embrión en el útero.
Aquí entran en juego los trofoblastos, células especializadas de la placenta que deben regular meticulosamente este proceso. Si algo falla, pueden surgir complicaciones como la placenta accreta (la placenta se adhiere de forma anormalmente profunda a la pared del útero), la pérdida embrionaria o la preeclampsia, un peligroso trastorno vinculada a la hipertensión materna.
Para que la implantación se produzca con éxito, resulta esencial que el sistema inmunológico materno no rechace al embrión, que en parte es un “extraño” debido a su carga genética paterna. Se trata de un delicado juego de tolerancia e invasión, donde la placenta debe encontrar el equilibrio perfecto para adherirse lo suficiente sin volverse un peligro para la madre.
El combate en sí: el desarrollo del embarazo
En cada asalto, los boxeadores deben ajustar su estrategia, y lo mismo ocurre en la gestación. En las primeras etapas, la madre acumula reservas energéticas, pero a medida que el feto crece y demanda más nutrientes, su metabolismo debe adaptarse rápidamente. Un desajuste en este equilibrio puede provocar condiciones como la diabetes gestacional, que afecta aproximadamente al 12 % de las mujeres en España.
Investigadores de la Universidad de Cambridge descubrieron un sorprendente mecanismo en ratonas gestantes: cuando se inhabilitaba el gen de impronta paterna Igf2 en las células endocrinas de la placenta, las madres mostraban un metabolismo similar al de las no gestantes. Como consecuencia, los fetos tenían niveles bajos de glucosa y eran más pequeños.
En humanos, una sobreexpresión de ese mismo gen puede generar el efecto contrario, exacerbando los cambios metabólicos en la madre y aumentando el riesgo de diabetes gestacional. Es un juego de equilibrio donde cualquier alteración puede inclinar la balanza de forma peligrosa.
Pero la placenta no solo gestiona los recursos energéticos: también actúa como un escudo protector. Es capaz de filtrar muchos compuestos dañinos que podrían afectar al bebé, como algunas toxinas y patógenos. Sin embargo, no es infalible. Sustancias como el alcohol, la nicotina y ciertos fármacos pueden atravesarla y afectar el desarrollo fetal, lo que refuerza la importancia de los cuidados maternos durante el embarazo.
Después del combate: recuperación y consecuencias
Tras un combate intenso, los boxeadores necesitan tiempo para sanar y recuperar fuerzas. Lo mismo ocurre con la madre después del parto: su cuerpo debe reajustarse, ya sea para la lactancia o para volver a su estado previo. Sin embargo, algunas secuelas pueden permanecer. Los cambios metabólicos y hormonales durante el embarazo pueden dejar cicatrices invisibles, aumentando el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, hipertensión o depresión postparto.
El bebé tampoco sale ileso de este combate. Si su ambiente intrauterino no fue óptimo, puede enfrentarse a mayores probabilidades de padecer enfermedades como cáncer, esquizofrenia, obesidad o hipertensión en la adultez. Lo que ocurre en esos nueve meses deja huellas que pueden perdurar toda la vida.
La placenta: mucho más que una moda pasajera
En los últimos años, la placenta ha captado la atención mediática, ya sea porque algunas celebridades afirman consumirla con fines rejuvenecedores o porque ciertos grupos la han incorporado en rituales espirituales.
Pero más allá de estas modas, este órgano es un verdadero libro de historia biológica: en sus células se esconde información clave sobre nuestra salud, nuestro pasado y nuestro futuro. Comprender su funcionamiento no solo nos ayudará a prevenir enfermedades en la madre y el bebé, sino que podría transformar el modo en que entendemos la reproducción humana.
Después de todo, en el ring de la vida, la placenta es el árbitro silencioso que decide el destino de cada nuevo ser humano. Quizás sea hora de darle el protagonismo que se merece y desentrañar todos los secretos que esconde en su interior.
Jorge López-Tello, Investigador Principal (Programa Cesar Nombela), Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.