por elmostrador
4 de julio de 2025
El panorama presidencial, por ahora, sigue abierto. Pero si algo muestran los datos, es que la participación electoral ya no puede darse por sentada y que los próximos meses exigirán estrategias capaces de leer —y movilizar— a un electorado diverso, volátil y en parte inexplorado.
Las primarias oficialistas abren una serie de interrogantes de cara a la elección presidencial de 2025. En las cuatro elecciones previas, la candidatura más votada en las primarias terminó ganando la presidencia. ¿Se repetirá esta tendencia en un escenario completamente nuevo, marcado por la implementación del voto obligatorio y la inscripción automática?
Por primera vez, millones de personas que nunca han participado en una elección presidencial estarán mandatadas a hacerlo. ¿Cómo se comportarán electoralmente quienes se han mantenido al margen del proceso democrático y ahora deberán acudir a las urnas? No hay respuesta clara, pero el desafío para los candidatos es evidente.
Una mirada a los datos de participación en primarias anteriores —considerando solo coaliciones del mismo sector— permite observar algunas tendencias. Según cifras del SERVEL, en 2013 la Nueva Mayoría movilizó a 2.142.070 votantes; en 2017, el Frente Amplio convocó a 327.815 personas; en 2021, Apruebo Dignidad logró 1.752.922 de participantes; y en esta ocasión se emitieron 1.362.654 votos válidos. Aunque las primarias no son directamente comparables —por diferencias en los pactos, partidos y candidatos—, los datos muestran una participación superior a la de 2017, pero inferior a 2021 y, especialmente, a la de 2013.
Un segundo dato relevante surge al comparar las votaciones en primarias de quienes resultaron presidentes. Michelle Bachelet obtuvo 1.565.269 votos en las primarias de 2013; Sebastián Piñera, 828.397 en 2017; y Gabriel Boric, 1.059.060 en 2021. Los 820.693 votos que alcanzó Jeannette Jara se sitúan en un rango similar al obtenido por Piñera en su respectiva primaria.
Ahora bien, las primarias tienden a convocar principalmente a quienes ya se identifican con los partidos y coaliciones participantes. El verdadero desafío, entonces, está en ampliar la base de apoyo, convocando no solo al electorado del propio sector, sino también a quienes no han participado antes.
En ese sentido, el Estudio Longitudinal Social de Chile (ELSOC), desarrollado por el COES, ofrece algunas pistas relevantes. Las personas que no han votado en elecciones anteriores tienden a mostrar menor identificación partidaria, escaso interés en la política y actitudes más conservadoras. Por ejemplo, registran menor apoyo a la legalización del aborto, menor respaldo a la democracia como forma de gobierno y niveles más altos de actitudes autoritarias. Este perfil plantea preguntas relevantes para cualquier candidatura que busque atraer a ese electorado.
El panorama presidencial, por ahora, sigue abierto. Pero si algo muestran los datos, es que la participación electoral ya no puede darse por sentada y que los próximos meses exigirán estrategias capaces de leer —y movilizar— a un electorado diverso, volátil y en parte inexplorado.
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